[Filosof(e)idades
por estos cuatro años]
Pongamos
una excusa. Pongámonos una excusa para poder abrir esta página.
Perdamos
el tiempo.
En
efecto, algo se termina,
algo está terminando, algo terminará. Pero se empeñan en que
entendamos que estamos en un momento-“bisagra”, donde nuestro
cuerpo debe doblarse entre dos espacios diferentes. Que se necesita
esta torsión para continuarse, para que no quede nada rechazado.
Nada más repulsivo. Si algo se termina, pues que se
termine. Creo que lo mejor que
podemos hacer es “dejar hacer”, que el tiempo se pierda
-al menos por una vez. Este dejar hacer, entonces, lo podríamos
convertir en un HACER TIEMPO. Hagamos tiempo. Hagámonos tiempo.
Toda
bisagra, ya lo decía Zambrano, requiere una confesión. Requiere de
un detrimento público por los errores pasados y el compromiso de las
nuevas responsabilidades. Así, Agustín sería la bisagra entre
filosofía griega y cristianismo: el cuerpo que se tuerce entre las
dos visiones. Sería la escritura de lo que se va y la escritura de
lo que aún no ha llegado. Sería un ejercicio que iría de la
asimetría a la simetría, pasando por la carne, por ponerle un
precio a la carne. No hace falta decir que estoy totalmente opuesto a
la buena de María. Nunca he sentido mi cuerpo tan rígido, tan mal
acomodado, un tan cuerpo incómodo.
Es incómodo, mucho, porque no deja -a pesar de las insistencias- de
notar que algo llega a su fin y que no hay “otro tiempo” que
asumir. Como decía Derrida, en el Renacimiento el humanismo
conquistó el tiempo monástico. Convirtió un tiempo sagrado, regido
al son de las campanas, en un tiempo vendible. Podía partirse y
venderse, usarse. Por
eso no se podía “perder el tiempo”, no se podía dejar pasar ni
un momento. Pues bien, ante este
“fin” (fin sin objetivos) me gustaría, ya no una excusa, sino
una propuesta: HACER TIEMPO.
La
dinámica de la confesión sólo puede resultar desalentadora, un
ejercicio de épica en un mundo sin ética. Y no sólo desalentadora,
sino profundamente inservible. ¿Qué, pues. íbamos a confesar?
¿Cómo lo íbamos a hacer? ¿Ante quién?
No es por la cuestión de los errores, sino por la cuestión de las
responsabilidades. Es decir, la bisagra opera así: exponer
(se hace figura y/o gesto del adentro)
los fracasos -las partidas sin llegadas-, implica asumirlo,
definirlo y echarlo fuera, expulsarlo afuera,
sin embargo no para el vaciamiento, la epojé, el éx-tasis,
sino para adquirir otra, suplantar, hacer doblez hacia la unidad,
suturar las heridas. No es un nuevo comienzo tampoco, pues no es
posible un tiempo nuevo sin un tiempo viejo. El problema es que el
tiempo mismo no parece continuarse y se necesita de nuestra
temporalidad: el cuerpo. El problema es, entonces, que tiempo y
cuerpo, en esta operación específica, nacen enfrentados en algo tan
básico como el sufrir. El cuerpo sufre cuando se le exige que el
tiempo pase por él, y el tiempo
sufre cuando no hay cuerpos donde transcurrir.
El
problema más que nunca es el de “hacer tiempo”. Cambiar la
retórica humanista de la historia. Hacer tiempo porque el tiempo, el
de la temporalidad de los cuerpos, nos pertenece. Nos pertenece el
tiempo. ¿Y qué parece el tiempo de los cuerpos? “Un diseminarse”,
un esparcirse, un “no volver al Padre” (Lacan). El tiempo no
puede seguir siendo, y vuelvo a decir NO, lo que (se) impone a los
cuerpos. Y tampoco su inversión: los cuerpos que imponen al tiempo.
Sería como una doble alienación, se entiende. Pues...¿cómo va a
imponerse tiempo al tiempo, y más teniendo en cuenta que los cuerpos
ya hacen tiempo -sin
ayuda ni venganza de nadie? Exacto. Si YA hacemos tiempo,
el tiempo YA nos pertenece.
Entonces
que no nos vengan con nuevas responsabilidades. Nuevas
figuras de lo que necesariamente hay que asumir. Ganados nuestros
cuerpos que no vengan a joder con el futuro. Pongamos excusas: nos
duele. Y el dolor no necesita ninguna confesión. El dolor no
necesita expresión, ni representación. Ni idea ni materia. El dolor
que inquieta y que incomoda,
un cuerpo que siente la pérdida, que le otorga una condición: el
presente. El presente es la condición del dolor (y no la presencia
en la que el tiempo parece transcurrir). A saber, algo tan simple
como esto: no hacer del presente un preludio del futuro. Creo que
sabréis comprenderme. No podemos seguir sosteniendo el cuerpo en un
tiempo que no puede ocupar, okupar.
Y en realidad este es uno de los gestos (filosóficos y políticos)
más necesarios: okupar
el tiempo.
Espero
que sepáis entenderme. Pongámonos una excusa ante el futuro, el
futuro que paradójicamente parece el de nuestrxs abuelxs (es uno de
los riesgos: si el tiempo nos pasa parece normal que lo que nuestrxs
abuelxs soñaron aún esté por conseguir -en el caso de que pudieran
soñar algo). “Hagamo(no)s tiempo”. No sólo pasarlo o que nos
pase, sino que “hacer tiempo”
es comprometerse con él, y por ende, comprometerse con nuestros
cuerpos. El presente (y no el futuro) es lo que necesitamos...ahora.
[Con Adri y Marta,
y Jose y Pedro,
y César, Josep,
y Paula, y Manu, Ainoa.
María y Victor y Saúl
y
...]
Q.