Consideremos un ciudadano francés. Es, antes que nada, un consumidor. Pero un consumidor "trampeado", al que no se le permite elegir lo que desea consumir, en tanto se le hace creer que ejerce su libertad al compartir los mismos productos que compra todo el mundo. En una revista femenina he leído esta frase extraordinaria, que iba acompañada de una publicidad de ropa de playa: "Audaz o discreta, pero siempre cada vez más usted misma". En otros términos: "Comprad como todo el mundo para no se como nadie". Esa es la trampa.
El ciudadano francés es, también, un productor, pero en este caso la alienación es aun más evidente. En todos los niveles, ya sea obrero, cuadro o estudiante, su destino se le escapa por completo. Nunca es sujeto, sino objeto. Desde afuera, sin consultarlo, se han fijado para él el trabajo que debe hacer, el salario que va a alcanzar, el examen que debe rendir. Se lo ha puesto sobre rieles, y no es él quien maneja los cambios.
El miedo a la Revolución, Jean Paul Sartre
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