NO quiero
Izquierda
"(...) -dijo Etienne- Ya me empieza a dar sueño tanto macaneo, pero de todos modos voy a decir lo siguiente, dos puntos: Morelli parece convencido de que si el escritor sigue sometido al lenguaje que le han vendido junto con la ropa que lleva puesta y el nombre y el bautismo y la nacionalidad, su obra no tendrá otro valor que el estético, valor que el viejo parece despreciar cada vez más. En alguna parte es bastante explícito: según él no se puede denunciar nada si se lo hace dentro del sistema al que pertenece lo denunciado. Escribir en contra del capitalismo, con el bagaje mental y el vocabulario que se derivan del capitalismo, es perder el tiempo. Se lograrán resultados históricos como el marxismo y lo que te guste, pero el Yonder no es precisamente historia, el Yonder es como las puntas de los dedos que sobresalen de las aguas de la historia, buscando dónde agarrarse"
Julio Cortázar - "Rayuela"
No
quiero construir Izquierda. Suena raro: la izquierda siempre ha sido
sinónimo de esperanza, de resistencia, de rebeldía; aunque también
ha significado traición, institución, corrupción; o, incluso,
horror y miedo. Convendría no olvidarlo.
Pero
creo que la cuestión no es ésa, pues eso depende de los intereses
económicos y políticos. En cierta manera, depende del grado de
capitalización del individuo, sinceramente. Lo que aquí resultaría
satisfactorio debatir, sería si de verdad hace falta erigir una
bandera que se titulara Izquierda. Lo digo por lo de definir, por lo
de etiquetar, por lo de absorber, por lo de CONSUMIR. Es decir, si
merece la pena fabricar un objeto con el nombre Izquierda, que
abandere a las masas a través de la revolución social, acabe con el
Estado, o en su defecto, lo tome. Si de verdad es oportuno (1)
delinear dos territorios e ir de frente, (2) crear un merchandising,
con sus banderas, sus camisetas, su militancia, su obra teórica
publicada en editoriales del burgués pensamiento libre. Menciono
esto porque creo que es una constante: lo estático, lo que se
cristaliza hace un flaco favor a las aspiraciones resistentes. Lo que
se engarza en el voto, en las negociaciones colectivas, en una
convocatoria de huelga general, en limitarse a cartelería y
difusión, en el establecimiento de un Partido Revolucionario, en
definitiva, en crear una estructura que designa los límites de las
posibilidades de acción. Lo que es así,
lo que no tiene movimiento, es fácil de comprar, es fácil de
asumir, sabes dónde encontrarlo, y de una leída, sabes de qué va,
y hacia dónde. Por lo tanto puedes ponerle precio.
No
quiero construir una Izquierda como un modelo a seguir
indiscutiblemente. No quiero marxismo revolucionario, no quiero
marxismo-leninismo, no quiero comunismo libertario, no quiero
etiquetas...quiero el hacer.
El hacer como un proyecto, como un ir tirando “pa' alante”; un
cuestionarse los pasos, un preguntarse. Todos sabemos lo malo que es
el capitalismo, y muchos de nosotros hemos intentado atravesarlo,
re-ubicarlo, agarrar lo corrupto y desvelar su pureza, darle un nuevo
significado. Pero, creo fervientemente, que no existe esa pureza, ni
ese sentido que la sociedad tardocapitalista se ha preocupado en
modificar bajo sus intereses: el capitalismo como sistema crea un
mundo, no modifica el mundo. Establece las condiciones de vida, de
cómo se vive, y con qué se vive. Bajo este pretexto se alimenta.
No
quiero construir Izquierda porque muchos me hablarán de tradición.
No quiero Izquierda porque quiero que mi forma de vida sea Otra:
quiero que mi forma de vida -evidentemente, una forma de lucha, una
forma de rebeldía- se mueva, acelere y retroceda, avance, suba y
baje, que sea un ir y venir, algo dinámico. Preguntarse es
criticarse, volver la cabeza, ver y no mirar. Quiero que todos los
movimientos emancipatorios históricos me hablen, quiero aprender de
sus propuestas, de sus fallos. Quiero aprender del 15-M, del Occupy,
del #Yosoy132, de los zapatistas, de The Family, etcétera. Pero no
quiero (1) que se reúnan bajo una identidad, (2) que pretendan ser
guía del pueblo. Aquí cada uno vive como puede y una cosa es saber
y otra cosa es actuar. La cuestión es de qué manera todos esos
movimientos pueden surtir de herramientas (tanto teóricas como
prácticas) para que cada uno, o cada colectivo, reflexione sobre
cómo orientarse, cómo mantenerse al margen, cómo vivir, cómo
hacerse. El
capitalismo impone una manera de ser, una construcción abstracta de
cómo deben comportarse los consumidores, y anula otras
formas-de-vida. Lo que aquí se aspira no es a una forma de vida
(pues entraríamos en el mismo juego que el sistema), sino a apostar
por el re-nombramiento continuo, por la muda de piel, por unos
tiempos discontinuos de transgresión (que no implica ir echando
raíces para luego cortarlas, sino ir migrando, ir asestando golpes);
por ser formas-de-vivir, múltiples, efímeras, rebeldes, al margen.
No
quiero Izquierda porque no quiero que nadie me diga qué tengo que
hacer. Quiero asamblea, quiero CSO(A), quiero que se construyan
puentes a partir de espacios que se renombran: el tiempo de
transgresión lo establecen los que construyen su posibilidad (nadie
puede decidir por ellos, y esto no quiere decir que se obvie la
Crítica, sino más bien que es un elemento esencial), y esto debe
ser una tarea honesta, es decir, saber morir.
Saber cuándo algo es un producto de consumo que ya ha perdido su
capacidad de apuñalar el tejido capitalista.
En definitiva, autodeterminación, colectividad, compromiso
personal. Politización no como un adhesión a una ideología, sino
como una reflexión de las acciones propias. No quiero consumo,
quiero experiencias.
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