A
veces creo
que
existen dos ojos
tremendos y difusos
goteando
sobre las
aceras.
Pero
no
están,
realmente.
La
calle me mira riéndose,
y
estrechándose las tapias
como
una mirada que se aleja,
la
piel
comienza
a arder. Destructible.
Creo
que
los
pájaros también saben
sobre
las cuerdas y los músculos y líquidos perdidos
y yo
entiendo
que migren eternamente
sobre mi sombra. Al
fin y
al cabo
el
invierno no es nada más
que
alargar la noche. Cambiar
la
hora de lugar.
Lo
saben las columnas.
Y los
paisajes heridos.
Imagino
un fogonazo que
se
articula sobre los perros
y
caen de súbito
mis
párpados. Encendiéndose
sin
remedio
mis
propias pupilas ( que lo crearon todo )
Los
pulmones se abalanzan sobre las libélulas,
he retrocedido más de mil
veces
por
las escaleras azules
de
las pesadillas.
Y aún
así.
Aguijoneado
por la luz - la luz maldita
que
retrocede con los recuerdos-
maniatado,
y mi boca
retorciéndose. (La ausencia)
Logro mantener en pie los maniquíes,
poner
en orden estas piernas en letanía.
Arranco
los
jirones de las sábanas
que
danzan
todavía.
Es
imposible que olvide.
Nunca
confié demasiado en mi memoria
(poema reclamado por un tal Braulio Pérez)
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