Es objeto de duda, que
haya en mí eso que llaman espíritu. Es objeto de duda, repito. Han
vivido hombres grandiosos que por su certeza irrevocable han
martilleado su espíritu, hasta hacerlo ceniza. Estatuas de roca
convertidas en arena. ¡Qué quedará de nuestro cuerpo! Pues ya lo
decía Spinoza: el alma es la idea del cuerpo.
Es objeto de duda, que
exista eso que llaman Dios. Que llaman Dios con muchos nombres,
porque es indudable que no existe el Nombre. Más bien, Palabra o
Acto. Otros han envilecido su duda argumentado categóricamente a
favor de la servidumbre, la sangre y la esclavitud, por ése
santísimo Nombre. Si no hay duda de Dios, no existe Dios. Existir es
un intento desesperado. Toda verdad es síntoma de crueldad.
¿Silenciaremos los
equívocos con palacios ausentes? ¿En boca de quién quedará
escrita la verdad? No hay más testigos de la verdad que aquellos
que mueren por la verdad. Por la verdad de los que deciden no dudar.
(¡¿Hacia donde caminan nuestros pasos?!) La verdad es morir a manos
de la verdad: ¿en qué horrible encrucijada nos encontramos?
Incluso la duda es
dudosa, puesto que si no, no sería duda. A Descartes lo dejamos de
lado, y volvemos a la tierra, que es de donde venimos. ¿Silenciaremos
la enfermedad con cuadros y cúpulas recubiertas de oro? ¿Por qué
no volvemos a Pagola, a los indígenas, a los heridos? En la verdad
encuentro las ceremonias eclesiales, los rituales proféticos, la
hostia caminando por mi esófago, hoc est enim corpus meum...
¿que Palabra no permitirá que goce de mi cuerpo?
El
palacio de los saqueadores. El Palacio de la Verdad. El que marca el
tiempo, los sonidos de las campanas: saborear lo insípido. No es
cuestión de establecer si el Silencio (pues si no hay nombre, hay
Silencio) está más allá o más acá de aquí
o de allí; en qué
estadio de la plenitud encontramos al pecador o si hay una manía
persecutoria en la caza de brujas. Lo importante es que está allí o
aquí, que hay una distancia, una lejanía, y por tanto, una
cercanía. ¿En manos de quién está hablar sobre lo que recubre mis
entrañas? ¿Quién mata desapasionadamente por los nombres?
Es
objeto de duda mi fe. Y por la fe se han movido montañas. Destruido
los paisajes. Yo considero, desde mi arrogancia más humilde, que la
fe es cada piedra que se tambalea en la ascensión hasta la cima. La
que te permite saborear el paisaje una vez colmado el camino. Es
objeto de duda mi fe, porque es fe. ¿Razones para creer (el
racionalismo se pone la capa)? Muchas. ¿Para creer en “Qué”?
Pocas. Hay algo que se destruye cuando el lenguaje entra en mi voz;
puedo admitir que existo, a veces, fuera de éste lenguaje usado por
la verdad, los nombres y los soldados. Fuera de esas palabras que no
hacen sino construir más muros.
La
duda no es la única
salida, es una de las salidas.
En la duda no hay lenguaje, no hay Palabra, no hay orden. Yo
considero, abiertamente, -me expongo- que eso, de lo que dudo, que
tiene por “nombre” espíritu, es una separación. Una separación
de las síntesis absolutas del lenguaje. Un grito en el centro mismo
de la comunión, pues no hay comunión sin dolor, ni dolor sin grito.
¿Por qué no cesan las palabras que me invaden? ¿Por qué santifican sus nombres y entonan tan hastiados Discursos?
En
este cuerpo se pudren sus advertencias.
SÖREN H.H
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