jueves, 7 de febrero de 2013

DIGRESIÓN I


Es objeto de duda, que haya en mí eso que llaman espíritu. Es objeto de duda, repito. Han vivido hombres grandiosos que por su certeza irrevocable han martilleado su espíritu, hasta hacerlo ceniza. Estatuas de roca convertidas en arena. ¡Qué quedará de nuestro cuerpo! Pues ya lo decía Spinoza: el alma es la idea del cuerpo.

Es objeto de duda, que exista eso que llaman Dios. Que llaman Dios con muchos nombres, porque es indudable que no existe el Nombre. Más bien, Palabra o Acto. Otros han envilecido su duda argumentado categóricamente a favor de la servidumbre, la sangre y la esclavitud, por ése santísimo Nombre. Si no hay duda de Dios, no existe Dios. Existir es un intento desesperado. Toda verdad es síntoma de crueldad.

¿Silenciaremos los equívocos con palacios ausentes? ¿En boca de quién quedará escrita la verdad? No hay más testigos de la verdad que aquellos que mueren por la verdad. Por la verdad de los que deciden no dudar. (¡¿Hacia donde caminan nuestros pasos?!) La verdad es morir a manos de la verdad: ¿en qué horrible encrucijada nos encontramos?

Incluso la duda es dudosa, puesto que si no, no sería duda. A Descartes lo dejamos de lado, y volvemos a la tierra, que es de donde venimos. ¿Silenciaremos la enfermedad con cuadros y cúpulas recubiertas de oro? ¿Por qué no volvemos a Pagola, a los indígenas, a los heridos? En la verdad encuentro las ceremonias eclesiales, los rituales proféticos, la hostia caminando por mi esófago, hoc est enim corpus meum... ¿que Palabra no permitirá que goce de mi cuerpo?

El palacio de los saqueadores. El Palacio de la Verdad. El que marca el tiempo, los sonidos de las campanas: saborear lo insípido. No es cuestión de establecer si el Silencio (pues si no hay nombre, hay Silencio) está más allá o más acá de aquí o de allí; en qué estadio de la plenitud encontramos al pecador o si hay una manía persecutoria en la caza de brujas. Lo importante es que está allí o aquí, que hay una distancia, una lejanía, y por tanto, una cercanía. ¿En manos de quién está hablar sobre lo que recubre mis entrañas? ¿Quién mata desapasionadamente por los nombres?

Es objeto de duda mi fe. Y por la fe se han movido montañas. Destruido los paisajes. Yo considero, desde mi arrogancia más humilde, que la fe es cada piedra que se tambalea en la ascensión hasta la cima. La que te permite saborear el paisaje una vez colmado el camino. Es objeto de duda mi fe, porque es fe. ¿Razones para creer (el racionalismo se pone la capa)? Muchas. ¿Para creer en “Qué”? Pocas. Hay algo que se destruye cuando el lenguaje entra en mi voz; puedo admitir que existo, a veces, fuera de éste lenguaje usado por la verdad, los nombres y los soldados. Fuera de esas palabras que no hacen sino construir más muros.

La duda no es la única salida, es una de las salidas. En la duda no hay lenguaje, no hay Palabra, no hay orden. Yo considero, abiertamente, -me expongo- que eso, de lo que dudo, que tiene por “nombre” espíritu, es una separación. Una separación de las síntesis absolutas del lenguaje. Un grito en el centro mismo de la comunión, pues no hay comunión sin dolor, ni dolor sin grito. ¿Por qué no cesan las palabras que me invaden? ¿Por qué santifican sus nombres y entonan tan hastiados Discursos?


En este cuerpo se pudren sus advertencias.



SÖREN H.H

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