“Ojos
que no ven, corazón que no siente”1
así dice el dicho popular. Pero no sé si es del todo cierto. Cuando
tenemos al alcance todos los medios de información como los
actuales, si seguimos el refrán, tendríamos que habernos levantado
en pie de guerra hace ya mucho tiempo. La cultura mediática ha
modificado la frase y, de paso, también las estructuras cognitivas
con las cuales percibimos la realidad. De alguna manera, para hacer
frente al proceso de reestructuración capitalista -cuyo problema
real es “la desvalorización de los seres humanos en el marco
general de la desvalorización del capital”2-
deberíamos invertir (en filosofía
puede llamarse “trans-valorización” o “trans-mutación”) el
orden del dicho: “Corazón que no siente, ojos que no ven”.
La
dignidad ha sido el adalid de todo el supuesto “progreso” moral e
histórico de la humanidad. Todo se traducía en ello: los procesos
económicos, la ciencia, la técnica, la “paz mundial”...
cristalizándose discursivamente en la redacción de los Derechos
Humanos. Pero también hay que advertir las operaciones que han
impreso en el imaginario colectivo europeo (y occidental, por qué no
decirlo) un cierto sentido específico de esta supuesta culminación
del progreso de la especie humana. En concreto, y de manera resumida,
lo que trato de decir es que deberíamos emitir la hipótesis de que,
en cierta manera, a pesar de los “honestos objetivos universales”
que tenían, se han conducido hacia la pasivización de la acción
política, y más singularmente, a partir de la “crisis”
estructural del sistema, que en el Estado español se hace oficial a
partir del segundo semestre del año 2008.
Uno
de los problemas de la “universalidad” es que si bien se pretende
en teoría como una relación global entre los seres humanos como
tales, en la realidad, en la materia,
opera como un “distanciamiento”; lo cual supone una tendencia a
la despreocupación e, incluso, el extrañamiento. Cuando nos vemos
universales, nos vemos muy grandes, pero muy poco compactos, pues nos
enseñan a concebir unas relaciones exteriores que te ponen en
contacto con todas las personas del planeta. Esto, acentuado con la
globalización, nos educa en el saber, pero no en el compromiso.
Supongo que, hace un siglo (o un par), el trabajador que saliera de
su jornada laboral y viera a sus vecinos en unas condiciones de vida
con las cuales se sentía identificado, sintiera cómo su corazón se
resentía, se conmocionaba y compartía el dolor. De hecho, el
internacionalismo (bandera de muchas opciones políticas) partía de
esta experiencia concreta: de las circunstancias de vida, y el
sufrimiento concreto y local, que se proyectaba y ponía en conexión
a todas las explotadas, independientemente del lugar geográfico que
ocuparan en el mundo. Los ojos veían, y sentían.
Pero
ahora sucede una cosa bien distinta. Ahora hace falta “re-politizar
la dignidad”, es decir, volver a replantear una resistencia global
al capitalismo (ahora que parece que la manida frase de “socialismo
o barbarie”, se ha convertido en “capitalismo o barbarie”)
desde las nuevas condiciones de existencia en las que vivimos. Un
replantear que es, en realidad, transformar las perspectivas de lucha
mediante la recuperación de ese sentimiento al que la pérdida de
dignidad nos emplazaba. El corazón ahora, tiene que volver a
aprender a sentir. Ahora viajamos en metro, nos sentamos en frente de
ordenadores, nos dedicamos a escuchar las noticias... y sólo vemos y
vemos cómo se reproduce el espectáculo. Apagamos la pantalla de
plasma y se acabó. Eso se llama, en términos absolutos, pasividad.
Confiamos en que los tribunales hagan justicia en el mundo entero.
Pero
esto no pasa de ser más que una “justicia poética”: ya hemos
luchado por la dignidad y ahora que la hemos conseguido, no nos
esforzamos por mantenerla. Pero no es ésa la cuestión, sino que,
precisamente, no ha habido una justicia histórica. Y que al final,
ninguna de esas supuestas
victorias que vemos en los derechos universales es real; en cambio,
es real que los problemas que presuntamente
motivaron la redacción, siguen en la misma situación o se han
agravado. El corazón va perdiendo los latidos.
Nos
han quitado, como todo lo demás, todo el poder del dolor, que sólo
es tal en la medida en que se siente compartido. Nos falta calle, nos
falta silencio y pronto nos cobrarán por respirar “para que todo
el mundo pueda hacerlo”. Nos vigilan y consumimos. La respuesta por
tanto, que yo creo que debe traducirse hacia el marco del compromiso
personal (que no es lo mismo que individual) es que, en la medida en
que aprendamos a acercarnos y sentir -porque de otro modo es
imposible-, descubriremos y veremos,
entonces, qué sucede. Y esta visión será una mirada muy intensa,
con unas pupilas muy vivas, esta vez sí “con el corazón en el
puño”. Este “re-politizar” la dignidad consiste en eso, en
tratar de recuperar nuestro “poder”, que con Hanna Arendt puede
entenderse como ese grupo de potencias que se reúnen para hacer y
actuar, para la acción, para vivir juntas (la política). Creo que
sólo entonces nuestro poder tendrá fuerza, cuando sea capaz de
saber que la pasividad consiste en no sentir, verdadera y realmente,
el dolor de las demás y que sin eso es imposible plantar cara..
...cuando
la dignidad se convierte en estar juntas para no sufrir más.
Q.
1Inquietud
e idea surgida de un curso de Teatro de la Escucha, coordinado por
Moisés Mato.
2Etcétera
(colectivo). El actual estado del malestar. Consideraciones y
anotaciones sobre la crisis.
Febrero 2013. Barcelona.
1 avisos desde la frontera:
Hermanos y hermanas, es la hora de la dignidad, es la hora de ver y vernos sin vergüenza ni temor; es la hora de luchar; abran pues su corazón nuestros guerreros, prepara tus pies que te dimos, abre los ojos y el oído atento que somos; vuelve ha ser de nosotros la palabra; ya no serás tú, ahora eres nosotros.
Así que camina, camina la tierra del otro, camina y habla, toma ya nuestro rostro, toma ya nuestra voz, nuestra mirada anda, hazte oído nuestro para escuchar del otro la palabra; ya no serás tú, ahora eres nosotros. Baja de la montaña y busca el color de la tierra que en este mundo anda, ya no serás tú, ahora eres nosotros. (Sub Comandante Insurgente Marcos)
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