Septiembre. Llueve. Los caminos reales son ahora pequeños arroyos momentáneos. Los piques una sucesión de charcos mal contenidos por milpas, acahuales y árboles deslavados. Como si estuviera aún lejana, una voz se escucha:
Vengo llegando. Como puedo me arrincono junto al fogón. Aunque estoy empapado, he logrado poner a salvo el tabaco y algunas hojas de doblador. Apenas si doy un sorbo al café que la Juanita me pasa con su mano llena de calendarios pasados y por venir. Con paciencia y empeño, como de por sí, me forjo un cigarrillo y lo enciendo con un tizón.
Mi nombre es Antonio, pero creo que eso ya lo saben. El Sup me dice “el Viejo Antonio”. Aunque ya estoy difunto, cada tanto me da por aparecer para contar historias ya pasadas. Con el Sup nos conocimos hace ya muchas lluvias y él seguido viene a hacerme preguntas que yo respondo con otras preguntas… o con historias.
Casi siempre, después de encenderme el cigarro, sigue la palabra. El Sup a veces saca su pipa… pero no siempre… y es que seguido se le moja el tabaco por sudor… o por lluvia… o por amores… o porque al cruzar el vado del río, la corriente lo tumba y lo hace dar maromas… y llega a la champa chorreando agua… y entonces, como a mí, la Juanita le arrima un banquito junto al fogón y le da café… Bueno, pues les decía que, después de encender el cigarro, debiera seguir la palabra. No una palabra dura
como las que usan ustedes los ciudadanos, sino sencilla y humilde… como de por sí somos nosotros. Pero ahora no sigue la palabra… sólo me quedo viendo como la serpiente de humo se enrosca y se confunde con el humo del fogón.
Así tardo, fumando y tomando café. Y es porque el humo no va a traer una historia pasada, sino una por hacer todavía. Y las historias por hacer hay que callarlas mucho antes de hablarlas. Así es de por sí acá abajo. En cambio allá arriba hay mucha bulla… ruido… palabras duras de entender… y vacías.
Les estaba diciendo que yo ya estoy finado. Me morí por allá del 94. Muchos no se acuerdan o se hacen patos, pero ese año nos alzamos contra los malos gobiernos. Y aquí sigo… aquí seguimos.
“Finado” quiere decir muerto. Aunque acá nuestros muertos viven. Viven, sí, pero no porque lo deseemos, que de por sí… no porque guardemos su memoria, que de por sí. Viven porque nos han dejado un debe, un pendiente, un algo que debemos hacer.
Por eso cada tanto hay que ir donde viven nuestros muertos para seguir agarrando el compromiso de cumplir ese debe. Y sólo ahí es donde se sabe el lugar y la hora, el cuándo y el dónde, o, como dicen ustedes los ciudadanos, el calendario y la geografía.
No es en las fechas ni en los lugares de arriba.
Es acá abajo donde está nuestra geografía.
Es donde viven nuestros muertos.
Antonio, el Viejo Antonio.
Septiembre del 2010.
Vengo llegando. Como puedo me arrincono junto al fogón. Aunque estoy empapado, he logrado poner a salvo el tabaco y algunas hojas de doblador. Apenas si doy un sorbo al café que la Juanita me pasa con su mano llena de calendarios pasados y por venir. Con paciencia y empeño, como de por sí, me forjo un cigarrillo y lo enciendo con un tizón.
Mi nombre es Antonio, pero creo que eso ya lo saben. El Sup me dice “el Viejo Antonio”. Aunque ya estoy difunto, cada tanto me da por aparecer para contar historias ya pasadas. Con el Sup nos conocimos hace ya muchas lluvias y él seguido viene a hacerme preguntas que yo respondo con otras preguntas… o con historias.
Casi siempre, después de encenderme el cigarro, sigue la palabra. El Sup a veces saca su pipa… pero no siempre… y es que seguido se le moja el tabaco por sudor… o por lluvia… o por amores… o porque al cruzar el vado del río, la corriente lo tumba y lo hace dar maromas… y llega a la champa chorreando agua… y entonces, como a mí, la Juanita le arrima un banquito junto al fogón y le da café… Bueno, pues les decía que, después de encender el cigarro, debiera seguir la palabra. No una palabra dura
como las que usan ustedes los ciudadanos, sino sencilla y humilde… como de por sí somos nosotros. Pero ahora no sigue la palabra… sólo me quedo viendo como la serpiente de humo se enrosca y se confunde con el humo del fogón.
Así tardo, fumando y tomando café. Y es porque el humo no va a traer una historia pasada, sino una por hacer todavía. Y las historias por hacer hay que callarlas mucho antes de hablarlas. Así es de por sí acá abajo. En cambio allá arriba hay mucha bulla… ruido… palabras duras de entender… y vacías.
Les estaba diciendo que yo ya estoy finado. Me morí por allá del 94. Muchos no se acuerdan o se hacen patos, pero ese año nos alzamos contra los malos gobiernos. Y aquí sigo… aquí seguimos.
“Finado” quiere decir muerto. Aunque acá nuestros muertos viven. Viven, sí, pero no porque lo deseemos, que de por sí… no porque guardemos su memoria, que de por sí. Viven porque nos han dejado un debe, un pendiente, un algo que debemos hacer.
Por eso cada tanto hay que ir donde viven nuestros muertos para seguir agarrando el compromiso de cumplir ese debe. Y sólo ahí es donde se sabe el lugar y la hora, el cuándo y el dónde, o, como dicen ustedes los ciudadanos, el calendario y la geografía.
No es en las fechas ni en los lugares de arriba.
Es acá abajo donde está nuestra geografía.
Es donde viven nuestros muertos.
Antonio, el Viejo Antonio.
Septiembre del 2010.
*este texto aparece en el número 74 de la revista Rebeldía
0 avisos desde la frontera:
Publicar un comentario