Por el odio de Escipión, y las
agujas de Camus;
a las latitudes
incansables
de George B.G.
Encontró
mi buen amigo
los
músculos
sus límites de rostro
y las
palabras
intermedias con las que
sacrificar
el dolor.
En
fronteras fue cultivando
sus
territorios con espigas
y
largas temporadas
de
huecos en las lágrimas.
Liberó
el agua para que despertara
la
noche; mi buen amigo,
siempre
araba la tierra
incansable,
un
dolor sin palabras
un
equilibrio de cabellos
entre
el maíz.
Buceando
sus músculos
recién
encontrados en la mismísima tierra,
-la
vejez no difuminada de su rostro-
y las
palabras. Palabras
fuego
que soñaba
vigilando
su tremendo
huerto
de
pulmones.
Palabras
lindas.
Plagaba
tranquilo de fantasmas
las
raíces y
el
agua, el
agua
liberada
no
era tan oscura,
ni
tan maloliente
como
esos pozos de sal
que
las lágrimas sinuosas
recorrían,
también
incansables.
Las
tormentas vinieron,
y mi
buen amigo desprendió los
botones
de su camisa y
alargó
una mano que hundió en la resina,
con
todos los espejos grabando
sus
lágrimas invernales. El sudor era
cierto.
Llegó
la
tormenta y la sombra móvil
de
las veletas
profería
una huida
de
sonidos y bayonetas.
Mi
buen amigo. Con el perfil
de la
victoria imbuido de pérdida
(de
pérdida y derrotas)
en el
centro mismo del viento,
extendiendo
su mirada entre las arrugas de los árboles,
dedicó
una última carcajada
empapada
de vidrio
y
escupió su elegía
susurrando
tremendamente:
“Los hombres mueren y no son
felices”.
q.
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