miércoles, 16 de enero de 2013

TRATADO DE CALÍGULA




Por el odio de Escipión, y  las
agujas de Camus;

a las latitudes incansables
de George B.G.

Encontró mi buen amigo
los músculos
                sus límites de rostro
y las
palabras intermedias con las que
sacrificar el dolor.

En fronteras fue cultivando
sus territorios con espigas
y largas temporadas
de huecos en las lágrimas.

Liberó el agua para que despertara
la noche; mi buen amigo,
siempre araba la tierra
incansable,

un dolor sin palabras

un equilibrio de cabellos
entre el maíz.

Buceando sus músculos
recién encontrados en la mismísima tierra,
-la vejez no difuminada de su rostro-
y las palabras. Palabras
fuego que soñaba
vigilando su tremendo
huerto
de pulmones.
Palabras lindas.

Plagaba tranquilo de fantasmas
las raíces y
el agua, el
agua liberada
no era tan oscura,
ni tan maloliente
como esos pozos de sal
que las lágrimas sinuosas
recorrían,
también incansables.

Las tormentas vinieron,
y mi buen amigo desprendió los
botones de su camisa y
alargó una mano que hundió en la resina,
con todos los espejos grabando
sus lágrimas invernales. El sudor era
cierto. Llegó
la tormenta y la sombra móvil
de las veletas
profería una huida
de sonidos y bayonetas.

Mi buen amigo. Con el perfil
de la victoria imbuido de pérdida
                                                         (de pérdida y derrotas)

en el centro mismo del viento,
extendiendo su mirada entre las arrugas de los árboles,

dedicó una última carcajada
empapada de vidrio

y escupió su elegía

susurrando
tremendamente:
                                      “Los hombres mueren y no son felices”.


q.

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